sábado, 26 de julio de 2014

LA DERROTA


    Joaquín Canto


                                                           “Hay que doler de la vida hasta creer
                                                             que tiene que llover a cantaros”

                                                                                                         P.Guerrero

El rumor de la calle le hizo despertarse, era evidente que algo estaba pasando, cuando abrió las ventanas de aquel piso destartalado y viejo, la algarabía de la gente llegó a sus oídos, aquellas banderas tantas veces escondidas ondeaban por las calles, aquellos gritos tantas veces callados se escuchaban nítidamente.

Sus ojos comenzaban a reponerse del impacto del sol y poco a poco dejaban caer algunas lagrimas, era cierto, aquello que estaba viendo era cierto, cerró la ventana y mientras se preparaba para bajar a la calle encendió la radio, se hablaba de un nuevo orden mundial, de un nuevo reparto de riqueza, de educación y sanidad para todos, de vivienda garantizada, de la tierra para el que la trabaja, se hablaba de tantas cosas con las que siempre soñó que no podía mantenerse en pie.

Se sentó sobre el butacón pasado de moda de su cuarto y se acordó de sus compañeros de lucha, de las manifestaciones, de las protestas, de todos aquellos que no podrían ver aquello, pero sobretodo se acordó de su sensación de esos años de activismo, siempre pensó que se había perdido la guerra, que lo que quedaba era luchar por una batalla, una batalla que hiciese más digna la vida, siempre tuvo la lucidez del derrotado, la certeza del vencido.

Cuantas veces discutió sobre eso, le decían que no se había perdido la guerra, que era al contrario de cómo él lo veía, que se había perdido una batalla, que era pesimista, sin darse cuenta el miedo comenzó a apoderarse de su mente, después de su cuerpo, se sintió pesado, vacio, el miedo le paralizaba, pero ¿miedo a qué?.

Respiró profundamente y dejo caer su cuerpo para atrás, dejando caer todo su peso sobre el viejo butacón, quizás tenían razón sus compañeros y sólo se había perdido una batalla, pero tuvo una angustiosa certeza, que la batalla que se había perdido era la suya.

Cerró los ojos y se dejo llevar por un plácido sueño mecido por los canticos que se escuchaban desde la calle y pensó que aceptar la derrota nunca había sido tan bello.

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