Mi último post iba sobre quejas. Y claro, hubo quejas. Sobre todo de los compañeros del blog. Que si no había dado tanta caña, que me había quedado corto... He de decir que a veces en persona soy bastante vehemente, tranquilo, pero algo pesado. Pues nada. Aprovechando que estamos en época de Mundial, voy a intentar subir por la banda izquierda y rematar a la escuadra. A por el gol del honor.
Harto de gente que viven por y para el dinero. Dinero que ganan ellos pero lo producimos nosotros. Ellos no se juegan nada. Eso es lo que nos han hecho creer. ¿Patrimonio? Previamente robado a sus trabajadores, sin pagar horas extra, nocturnidad, pagas, días libres y un largo etcétera. Éso por un lado. Por el otro: esa gentuza se vale de su poder económico, del mango de su sartén, para amedrentar al obrero, mediante el miedo a perder el trabajo, humillación tras otra, amenazas, cartas intimidantes y difamatorias y otro largo etcétera. Todo esto lo vivimos a diario millones de personas, infinidad de trabajadores y trabajadoras, que ponen ladrillos y sirven copas, que montan muebles y limpian escaleras, el informático y la peluquera. Todos.
¿A qué viene esto? Pues a que a uno se le hinchan las pelotas (año de Mundial, recuerden). Veo como cada cierto tiempo nos aprietan las tuercas. Da lo mismo que seas responsable en tu trabajo. Da igual que intentes hacer las cosas bien. No importa que hagas lo imposible por realizar tu trabajo perfectamente y pasar desapercibido. Tarde o temprano te vas a llevar una hostia. Quieras o no quieras, te quemarás en la hoguera, decían. Probablemente te cambien horarios, te jodan las vacaciones, te suspendan de empleo y sueldo, te rebajen el salario. Todo esto conduce al mismo sitio. Los desgraciados de los que hablo arriba son expertos en atacar a la dignidad. La dignidad del obrero, lo último que debemos perder. Libro, libramos, una batalla que vamos perdiendo desde hace siglos. Nos mantenemos en pie gracias a la dignidad, no lo olvidemos. Pese a patrones que nos hacen la vida imposible, aburridos de contar pasta, que se divierten puteándonos día sí y día también. Ojo, aquí voy a ser maniqueo. Tal vez nadie esté de acuerdo conmigo o me gane algún enemigo. Lo mismo, o más, putea el pequeño empresario que el grande. Muchos, demasiados casos cercanos en los que el jefe contrata a media jornada y el currela se casca jornada y media. Ése no es Amancio Ortega ni ningún delincuente por el estilo. Ése es el frutero de la esquina, la peluquera dicharachera o el restaurador de moda. "Algún empresario bueno habrá", oigo a menudo. Pues como las meigas, haberlas haylas. Yo no he visto ninguno. Y si lo he visto, no me acuerdo.
¿Que estoy harto? Quemado, a punto de explotar. Me desahogo por aquí, por redes sociales, por bares con camaradas como los que me acompañan en este espacio. Capaz me siento cada vez más de cometer una locura. Y no soy el único, os lo aseguro. Miedo, desesperación e incertidumbres. Caldo de cultivo adecuado para embestir a cualquier capote, para llevarte a alguien por delante. Os aseguro que si se estuviesen ahogando y me quedase un sitio en mi barca, estiraría las piernas para ir más cómodo. Bah, todo palabrería en realidad. De momento se queda en eso. Y como eso es en lo que se queda, pues voy a desbarrar un poco más.
El karma no existe. Las cosas malas no le pasan a las malas personas. Puteados por cabrones que no les pasa nada malo, ni una miajita así. Nada les pasa, pero yo se lo deseo. Les deseo una muerte lenta y dolorosa. Que todo lo que nos han robado se lo gasten en medicinas. Que vivan cien años más y tengan que pasar hasta el último día de sus miserables vidas sufriendo por todo el mal que han hecho. Deseo tantas cosas que probablemente me encerrarían por loco. Pero bueno, desear no es delito, de momento. "Odio, qué palabra más fea". ¿De verdad? ¿En serio? El odio y la poca dignidad que no me han robado es lo que me hacen tirar hacia adelante. El odio es de las pocas cosas que me hacen sentir vivo. "Sin tu desprecio no podré vivir, si tú no me odias no seré feliz" que cantaba Evaristo. Ellos nos odian. Nosotros más, que no se engañen.
Ya me jode no escribir cosas más bonitas y optimistas. Al final acabo hablando de lo mismo. Obreros, patrones, siempre el mismo rollo. Me encantaría escribir distinto, no os creáis, pero en días como hoy no puedo. No puedo no, no me dejan los muy cabrones. El otro día pedí disculpas por el lenguaje. Me cago, hoy no lo haré. Estoy muy cabreado y cansado, muy cansado, de ser educado y agachar la cabeza, en el curro, en la calle, en todas partes. Pues aquí no me da la gana, así de claro. Si molesto, pues ajo y agua. O decidme de todo, en vuestro derecho estáis. Pero como dije el otro día, yo vine aquí a quejarme y eso es lo que voy a hacer. Y si alguien piensa que aún me he quedado corto, no sabéis de qué soy capaz. Tengo bilis para llenar una piscina olímpica. Haced fuerza para que la eche por aquí.
@El_Taquillero
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