¿Por qué no lleváis dispuesta
contra toda villanía
una hoz de rebeldía
y un martillo de protesta?
Llevo
varios días intentando escribir unas líneas sobre Miguel Hernández, y a cada
línea que escribo me arrepiento. Estoy frente al ordenador, con una libreta
llena de frases y varios libros gastados
y viejos por el uso y me da vergüenza, he releído varios de esos poemas y
siento una punzada en el corazón y mis ojos se llenan de lágrimas.
Vergüenza
porque hablar de Miguel Hernández es hablar de dignidad, de solidaridad, de
principios.
Vergüenza
porque él nos enseño el poder transformador de la palabra, su función social y
política en momentos tan duros como la Guerra Civil.
Vergüenza
porque pretendo hablar de cosas que sólo con leerle ya quedan explicadas.
Mientras
me planteo como poder abordar estas líneas, se produce en España un hecho, que
para muchas puede ser una anécdota, pero que para mí está cargado de
importancia. La editorial Anaya, una de las más importantes a nivel educativo
en España, publica un libro donde al
hablar de la muerte de Federico García Lorca dice: “murió cerca de su pueblo, durante la guerra en España”, omitiendo
que Lorca murió fusilado por el franquismo. También habla de la muerte de
Antonio Machado y lo hace en estos términos: “Pasados unos años se fue a Francia con su familia, donde vivió hasta su
muerte”, sin mencionar que Machado se fue al exilio y murió en Francia
exiliado por el franquismo.
Resulta
curioso que en 2014 se utilice para hablar de la muerte de Lorca unas palabras,
que recuerdan demasiado a las que en 1940 hablaban de su muerte en su acta de
defunción: “Murió a consecuencia de
heridas producidas por hechos de guerra”
Este
hecho es lamentable y nos muestra una vez más que este país llamado España
tiene un verdadero problema con la memoria, con su historia, ya que nos
encontramos otra vez con el intento de establecer la amnesia, el olvido del
franquismo y la brutal represión, no faltaran los palmeros del régimen diciendo
que para qué reabrir heridas, el problema es que es difícil reabrir algo que
nunca se cerró.
Pocos
días después la editorial Anaya, retiró todos los libros de esta edición, pero
sin ningún tipo de arrepentimiento, sólo por la polémica generada.
Miguel
Hernández también fue víctima de nuestra Guerra Civil y al igual que con Lorca
y Machado podían haber endulzado su muerte.
Fue el
poeta del pueblo, se sentía solidario con el pueblo oprimido, su poesía es
imprescindible, contundente, necesaria en estos días.
En
pleno s.XXI la realidad nos sigue escupiendo a la cara, mostrándonos niños explotados laboralmente o niños
soldados en varios países, sin futuro, sin esperanzas, pero estamos
inmunizados, lo criticamos, lo condenamos y miramos hacia otro lado, cómo no
recordar ese niño yuntero que Miguel Hernández retrataba en 1936:
“Carne
de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura”.
Las noticias nos hablaban
el otro día que los comedores sociales de este país están cada vez más llenos,
las familias no llegan a fin de mes, la pobreza aumenta, aunque los datos
macro-económicos digan lo contrario, el hambre esta acechando a España, y el
hambre es un arma para dominar al más débil:
“Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo
aquel jornal al precio de la sangre cobrado
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.
El hambre es el primero de los conocimientos:
tener hambre es la cosa primera que se aprende
y la ferocidad de nuestros sentimientos
allá donde el estomago se origina, se enciende.”
Miguel Hernández quería
llegar a todo el mundo, al labrador, al jornalero, al obrero, a los
hambrientos, sintió la necesidad de luchar por un mundo mejor, más justo, más
libre, más humano, por eso cuando en 1936 el golpe de estado fracasa y se
inicia la guerra civil, no duda en luchar a favor de la República, sus poesías
durante la guerra son poesías directas, luchadoras, en “Vientos del pueblo me
llevan” nos indica esa necesidad de luchar, de formar parte de la Historia:
“Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
¿Quién habló de echar un yugo
Sobre el cuello de esta raza?
¿Quién a puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula”
Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.
Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas”
O esos versos ya inmortalizados,
tan llenos de fuerza, versos que antes de encuadernarlos, los franquistas tras
ocupar Valencia ordenaron destruir, afortunadamente se salvaron dos copias, que
permitieron que llegasen a nosotros:
“Para la libertad, sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.”
Pero Miguel Hernández,
como tantos, perdió la guerra, y los sueños de libertad desaparecieron de este
país, para dar paso a años de miedo, de persecuciones, años de dolor, de
fusilamientos, de fosas comunes, años de silencio, de cárceles, de torturas…
Miguel Hernández fue
encarcelado y sentenciado a muerte, pero
las presiones de muchos intelectuales hicieron que se conmutara la pena a 30
años de prisión, pasó de cárcel en cárcel, enfermando de bronquitis, luego de
tifus y finalmente de tuberculosis, lo que causaría su muerte en 1942 con tan
solo 31 años.
Durante su estancia en la
cárcel Miguel Hernández escribió una de los poemas más dolorosos que se han escrito, el poeta recibió una carta de su
mujer en donde le contaba que para dar de amamantar a su hijo, sólo comía pan y
cebolla, Miguel Hernández lleno de dolor y rabia escribió:
“La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.”
Es difícil no
estremecerse leyendo estos versos, versos que por desgracia podrían representar
a demasiadas madres.
Quiero acabar con un
poema que refleja la humanidad, el amor, la lucha, la ternura de Miguel Hernández,
versos inmortales, versos que todos deberíamos llevar tatuados a fuego,
palabras de un hombre que dignifica al ser humano, palabras tan llenas en
tiempos tan vacíos:
“Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes,
tristes”
Joaquín Canto.