Joaquín Canto
“un escombro tenaz,
que se resiste a su ruina
que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no
llevan
a ningún
sitio”
Ángel González
Aquella mañana
el viejo Matías se levantó mucho más nervioso que de costumbre, aquella
sensación no era debida a la certeza de la inmediatez de su muerte, ni siquiera
tenía que ver con el miedo que esa certeza podía provocar en él, era algo
distinto, mucho más profundo.
Cuando termino
de tomar el café de todas las mañanas, se dispuso a fregar aquella taza ya
vieja, acción ante la cual no pudo evitar dibujar una pequeña sonrisa, tras
dudar unos instantes fregó la taza y pensó que no era adecuado romper con una
rutina de tantos años sólo porque la muerte le esperaba aquel día.
Después de una
ducha, más que reconfortante, se vistió despacio, dejando que la ropa se
acoplará a su cuerpo, que formase parte de él, cuando se peinó mirándose en el
espejo no pudo evitar sentir un pinchazo al notar los estragos de la edad en su
cara.
Era un día
soleado de Marzo, de esos que tanto le gustaban a María, estuvo paseando por la
ciudad cerca de dos horas, era extraño, llevaba viviendo en aquella ciudad 40
años y nunca había podido sentirse como en casa, echaba en falta los olores, y
aunque en todos esos años había dejado de recordarlos, los nuevos no eran como él
pensaba que debían ser, nunca supo explicarse esa sensación, pero nunca es
fácil explicar un sentimiento.
Decidió
acercarse a la estación de tren, siempre le relajaba ver salir los trenes, pero
sobre todo verlos llegar, se sentó y pronto sus ojos se llenaron de lágrimas.
Sus ojos miraban a la gente subir y bajar de los trenes, pero su mente no
estaba allí, recordaba a aquel joven de pueblo, con 20 años recién cumplidos
llegar a la ciudad y recorrer aquella estación con la sensación de que la vida
tenía sentido.
Recordó la
primera vez que vio a María, sus primeros besos, el trabajo en la fábrica, las
manifestaciones pidiendo unas condiciones de trabajo más dignas, las noches con
los compañeros, la paciencia de María siempre presente, haciéndole más fuerte,
más seguro.
Pero aquellos
recuerdos dieron paso a otros más duros, la represión tras las huelgas, los
reajustes de plantilla, la reducción salarial, la pérdida de compañeros y como
golpe final, María, aquella maldita enfermedad, que le consumió lentamente.
Después de
aquello se había ido haciendo cada vez más huraño, más oscuro, pasaba los días
en el bar y dejó de frecuentar a los compañeros que le quedaban. Poco a poco
aceptó la soledad como su única compañía. Se levantó y se sintió seguro, había
llegado el momento, volvió a su casa con el paso lento, tranquilo, cuando pasó
por la esquina de la cafetería donde tantas mañanas desayunó con María, no pudo
evitar pasar su mano por la pared, intentando atrapar el pasado, o quién sabe
si el presente.
Ya en la casa,
sacó la vieja pistola, que había conseguido semanas atrás, no sin cierta
dificultad, cerró los ojos, respiró profundamente y se preparó para el final.
Las luces del
alba despertaron al viejo Matías borracho sobre el viejo sillón, le fallaron
las fuerzas, María nunca se lo hubiese perdonado.
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